jueves, 11 de septiembre de 2014

UNA CO-INCIDENCIA ALREDEDOR DE UN CUENTO DE JOYCE








Hay que estar atento, sí, pero atento de una manera que re-
sulta ser la siguiente: estar atento sin estarlo.
 Porque la pura atención podría espantar esos fantasmas.
 Son fantasmas en el sentido de 'presencias' incorpóreas que
nos indican algo. Apuntan en alguna dirección. Lo hacen co-
mo sin propósito, como si en el mundo de esas ánimas, las
conexiones se hicieran sin pensamiento ni intención.
 Leía unas traducciones de Ricardo H. Herrera, entre ellas
la del poema que Joyce le escribe en apariencia a su hija y
que en realidad (no es lo que ha descubierto Herrera, sin em-
bargo) le dirigía a su amante. Frail the white rose and frail
are/ Her hands that gave... He incluído el poema y mi ver-
sión en castellano en una pequeña publicación acerca de Joy-
ce y Jung, titulada "La hija de Joyce", el 23/7/12.
 Lo que viene al caso es que Herrera menciona un relato joy-
ceano de Dublineses, "Los muertos", en este caso detenido
en el momento en el que el protagonista masculino de la his-
toria se queda contemplando a su mujer: "Había misterio y
gracia en su pose, como si ella fuera el símbolo de algo. Se preguntó de qué podía ser símbolo una mujer de pie en una
escalera oyendo una melodía lejana." Es una suerte de epifa-
nía, a las que Joyce era tan afecto.
 También es una toma de posición de este genio del lengua-
je. En un pasaje del mismo cuento dice: "Mejor pasar audaz
al otro mundo en el apogeo de una pasión que marchitarse
consumido por la vida". Algo de esto está relacionado con el
contenido de la carta que mencionaremos a Richards.
 Poco después releo fragmentos de la hermosa biografía del
gran escritor irlandés que escribiera Francesca Romana Paci.
Hablando del matrimonio de los padres de Joyce, dice que
tanto el padre de la madre como la madre del padre desapro-
baban el matrimonio. Y que esta última regresó a Cork,
"donde murió sin haber querido volver a ver nunca ni al hijo
ni a la nuera. Joyce introducirá en Exiles y en el último de
los episodios de Dubliners, The Dead, esta actitud intransi-
gente de la abuela paterna hacia su futura madre."
 Confieso no haber encontrado esa situación en el cuento de
Joyce, que por supuesto releí en cuanto se produjo la coinci-
dencia de las menciones en ambos textos.
 Pero eso no importa tanto. El cuento, anterior a la ruptura
que hará Joyce con la literatura de la época, incluyendo la
propia con el Ulises, finaliza con una bella epifanía. ¿Cómo
evitar la tentación de transcribirla?:
 "Sí, los diarios estaban en lo cierto: nevaba en toda Irlanda.
Caía nieve en cada zona de la oscura planicie central y en
las colinas peladas, caía suave sobre el mégano de Allen y,
más al Oeste, suave caía sobre las sombrías, sediciosas a-
guas de Shannon. Caía así en todo el desolado cementerio de
la loma donde yacía Michael Furey, muerto. Reposaba, espe-
sa, al azar, sobre una cruz corva y sobre una losa, sobre las
lanzas de la cancela y sobre las espinas yermas. Su alma
caía lenta en la duermevela al oír caer la nieve leve sobre el
universo y caer leve la nieve, como el descenso de su último
ocaso, sobre todos los vivos y sobre los muertos."

 Originalmente Joyce había escrito 10 cuentos entre 1904 y
1907. La dificultad para encontrar un editor y sucesivas ob-
jeciones del que por fin encontró, postergaron la primera pu-
blicación de esos cuentos hasta 1914 (¿antes o durante la 1°
Guerra Mundial?). En esos años Joyce fue agregando nuevos cuentos y la última dificultad surgida por desaveniencias con
el editor que quería que se alterasen ciertos pasajes de 3 de
las historias, hicieron que Joyce escribiese una sátira titulada
"Gas de un mechero" acerca de todo este embrollo*. Pero, a-
demás, mientras el escritor estaba en Roma, entre julio de
1906 y marzo de 1907, concibió la historia que se llamaría
"Los muertos" que escribió a su regreso a Trieste en 1907.
La idea del autor del Ulises era presentar unos relatos (que acabaron siendo quince) unidos temáticamente y ordenados cronológicamente, con Dublín  como eje geográfico.
 En una carta a Grant Richards, el editor en cuestión, fecha-
da en 1906, Joyce precisa lo siguiente: "Mi intención era
escribir un capítulo de la historia moral de mi país y elegí
a Dublín como escenario ya que esa ciudad me parecía a
mí el centro de la parálisis. He tratado de presentárselos al
indiferente público bajo cuatro aspectos: la infancia, la ado-
lescencia, la madurez y la vida pública. Las historias están
dispuestas en este orden. Lo he escrito en su mayor parte
en un estilo de escrupulosa malicia y con la convicción de
que se trata de un hombre muy llano que se atreve a alterar
en su presentación, y aún más a deformar, lo que quiera
que haya visto y oído."

 Ese párrafo final de Los muertos, esa epifanía notable, una verdadera ruptura del solipsismo del personaje, para quien
su mujer no era más que un objeto mental, contiene los ele-
mentos potenciales de una iluminación.
 Para los griegos, 'epifanía' era una 'aparición', o 'revelación',
la presentificación de algo que hasta entonces permanecía
oculto. En la obra temprana de Joyce, este término se refie-
re a un momento de revelación espiritual, o al surgimiento
de una verdad profunda del propio sujeto. En Esteban el
héroe, Joyce dice "Por epifanía él [Esteban] quería decir
una repentina manifestación espiritual, ya sea en la vulga-
ridad del habla o de un gesto o en una fase memorable de
la mente misma. Él pensaba que era el hombre de letras
el encargado de registrar estas epifanías con extremo cui-
dado, dándose cuenta de que ellas constituyen los más de-
licados y evanescentes momentos."

 Por cierto, la angustia también tiene la 'forma' de la epi-
fanía, ya que es reveladora del ser del sujeto. El persona-
je masculino de "Los muertos" se encuentra sorprendido
y 'vaciado' por el inesperado relato de su mujer acerca de
un amor perdido: el que la amaba ha muerto. Y el vacia-
miento que sufre este hombre tan seguro de sí -y de la per-
tenencia de su mujer, pertenencia que está a punto de cons-
tatar sexualmente- no es más que la indesestimable presen-
cia de la angustia.

 Otro de los temas que Joyce envuelve en este cuento, que
en ese sentido tiene mucha relación con otro del mismo li-
bro -Dublineses- traducido como "Efemérides en el comi-
té" (en inglés 'Ivy Day' significa un día de octubre en el que
se homenajea a Charles Parnell, un político nacionalista) es
el de que para él la muerte es la más hermosa forma de vida
al decir que la ausencia es la forma más elevada de presen-
cia. Eso despertaba las burlas de sus compañeros de univer-
sidad.
 Joyce le escribió a su hermano Stanislas que Anatole Fran-
ce le había proporcionado la idea para ambas historias. Se
supone con cierto fundamento que el texto no mencionado
de France es "El Procurador de Judea". (De la biografía de
Joyce por Richard Ellmann).
 Italo Svevo, el gran escritor triestino que compartiera mu-
cho tiempo con Joyce (fue, también, su secretario), agrega:
"Aquí ven ustedes a Joyce caminar por el mundo con un ú-
nico compañero de fe: Parnell. Y Parnell está muerto. Pare-
ce como si nuestro poreta fuese Zaratustra, que lleva a la
espalda el cadáver de un gran hombre."

 Hace unos minutos agregué una suerte de Coda o Nota a
un texto que publiqué en esta página en julio de 2013, lla-
mado "La liebre". Se trata de una epifanía vivida por Clau-
de Lanzmann en la Patagonia.
 Registrar, anotar, conectar, relacionar.
 En la época de la 'aceleración (y banalización) de los tiem-
pos', seguir teniendo en marcha la máquina que lentifica. Al
menos lo suficiente como para llegar a leer lo que estaba es-
crito en ese tren que pasó a toda marcha delante nuestro. Para
escuchar lo que decía alguien. Y asociarlo con algo, aunque
sea leve, un aire de tiempo dentro de la ráfaga del tiempo.
 El así llamado 'tiempo interior'. Tres fuentes que se me ocu-
rre sostienen ese tiempo interior tan amenazado: el psicoaná-
lisis, la literatura y las mujeres.
 Aunque también se puede plantear este tema como lo hace
Fritz Senn, un profesor de literatura que tiene sus años y que
reúne desde hace también bastante tiempo a diversas perso-
nas para leer el Finnegans Wake del mismo James Joyce. Di-
ce Senn acerca de los motivos por los cuales esos estudiantes
pueden querer debatirse con este abroquelado texto (hay que
recordar que Borges y Bioy contaban que lo habían intentado
pero que más pronto que tarde, desistieron): "Quizá leer Fi-
nnegans Wake es un sustituto para las personas que normal-
mente no tienen mucho éxito en la vida... La cultura es una
especie de sustituto de placeres que a algunos nos son nega-
dos por diversas razones".

 Esta nueva casualidad surgió de abrir un cuaderno en el que
pego recortes de artículos de los diarios. En este caso se tra-
ta de "Un Joyce de película" un film acerca de la Joycean So-
ciety, realizado por la española Dora García, que comenta
Roger Koza.

*Luego de que el libro sufriera innumerables peripecias en
sus diversos intentos de publicación, el editor Maunsel des-
truyó en 1912 una tirada ya totalmente impresa de Dubline-
ses, temeroso de las posibles consecuencias penales a raiz
de ciertas alusiones a Eduardo VII (en el cuento "Efeméri-
des en el comité", justamente), además de situaciones que
aparecen en sus narraciones todavía inaceptables para el
régimen victoriano tardío.
 Acerca de ese infausto hecho, comentó Joyce: "Seguro
que yo soy más virtuoso que todos ésos; yo, que soy un
verdadero monógamo y que en toda mi vida sólo he ama-
do una vez."



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