viernes, 3 de mayo de 2013

LA MUERTE Y TAMBIEN DYLAN THOMAS



Tuvo un sueño. (Cada vez que escucho esa expresión,
me acuerdo de Bruno S., el Kaspar Hauser de Herzog,
que en su lecho de muerte, después del último misterioso
atentado contra su vida, dice muy solemnemente, así como
se expresa él casi siempre, dándole un valor muy grande a
las palabras: "Tuuve un suueño...", y ahí vienen unas imá-
genes borrosas de un paraje desértico con algunas personas
moviéndose en una suerte de niebla vibrátil- que Herzog
dirá después que correponden a las imágenes filmadas por
su hermano en un viaje al norte de Africa.)
 Tuvo un sueño en el cual la muerte se había escapado de
su forzado aislamiento. Ese Gulag al cual la enviamos pa-
ra que no nos recuerde su existencia, que significa la in-
existencia nuestra. Regresó en un sueño, con su exceso de
realidad, abrumando la que construímos en su contra.
 Era la muerte y él decía que había tenido una idea ante
su presencia: quería saludar una a una a todas las personas
que recordaba haber conocido. Pero, agrega, no era una es-
tratagema como la de las Mil y Una Noches. Era un deseo
que se imponía con toda su lógica. No atrasaba nada, todo
era en el mismo momento. Porque era un momento intenso,
el de la resignificación de lo vivido, justamente. Estaba sen-
tado afuera, en un amplio patio, con el rostro y los gestos de
otro, desconocido pero él mismo.
[Un loco dice en "Piedra infernal", la novela de Lowry, "Todos y cada uno de los hom-
bres con los que me crucé, paralíticos o no, se me han grabado en la cabeza con
la nitidez de un Durero".]
 En el sueño siguiente estaba en la cocina de una casa de cam-
po, con su mujer y mientras le contaba lo que había soñado
había chocolate, un chocolate grueso y frutado, muy rico,
muuy muy rico. Y comía ese chocolate sin que el placer di-
sipara del todo la verdad del primer sueño, pero convirtién-
dolo sin querer en eso: un sueño, sólo un sueño.
"Come chocolate, niña, come chocolate", decía Pessoa en
Tabaquería.
Después leyó un poema de Dylan Thomas, sólo porque es-
taba anotado en un cuaderno. Y sólo porque sucedió todo
el mismo día.

El soñante se fue y el cuaderno quedó abierto.

Y LA MUERTE NO TENDRA DOMINIO, de Dylan Tho-
mas (1914-1953)

Y la muerte no tendrá dominio.
Los hombres desnudos han de ser un solo
con el hombre en el viento y la luna poniente;
cuando sus huesos queden limpios y los limpios huesos
                                                                      [se dispersen,
ellos tendrán estrellas en el codo y el pie;
aunque se vuelvan locos serán cuerdos,
aunque se hundan en el mar de nuevo surgirán,
aunque se pierdan los amantes, no se perderá el amor;
y la muerte no tendrá dominio.

Y la muerte no tendrá dominio.
Los que hace tiempo yacen
bajo los dédalos del mar no han de morir entre los vientos,
retorcidos de angustia cuando los nervios cedan,
atados a una rueda no serán destrozados;
la fe, en sus manos, ha de partirse en dos,
y habrán de traspasarles los males unicornes;
rotos todos los cabos, ellos no estallarán.
Y la muerte no tendrá dominio.

Y la muerte no tendrá dominio.
Ya las gaviotas no gritarán en los oídos
ni romperán las olas sonoras en las playas;
donde alentó una flor, otra flor tal vez nunca
levante su cabeza a los embates de la lluvia;
y aunque ellos estén locos y totalmente muertos
sus cabezas martillearán en las margaritas;
irrumpirán al sol hasta que el sol sucumba,
y la muerte no tendrá dominio.

Acaso una manera de decir que la poesía puede llegar
a ser una escapatoria, una forma de burlar la muerte.
Dylan Thomas murió alcoholizado a los 39 años de edad.
¿Desmentirían su soledad y su alcoholismo esta ilusión?
"He tomado 18 whiskies seguidos, creo que es un buen re-
cord", fueron sus últimas palabras. Esa noche, en Nueva
York, entró en coma, para morir cinco días después.
Pero acá está el poema, ¿no?

[La versión es de Elizabeth Azcona Cranwell. El libro se llama "Poemas completos",
y lo publicó Corregidor en 1974.
He aquí otra versión, la de E.L. Revol, en "Poesía inglesa contemporánea", editada
por Fausto en el mismo año.

Y LA MUERTE NO TENDRA DOMINIO

Y la muerte no tendrá dominio.
Los muertos desnudos se unirán
Con el hombre al viento y la luna del oeste;
Cuando sus huesos queden limpios y los limpios huesos ya no estén,
Tendrán estrellas en codo y pie;
Por más que enloquezcan estarán cuerdos,
Por más que se hundan hasta el fondo del mar volverán a surgir;
Por más que los amantes se pierdan, el amor no se ha de perder;
Y la muerte no tendrá dominio.

Y la muerte no tendrá dominio.
Bajo las vueltas del mar
Quienes yazgan largo no morirán asustados;
Retorciéndose en la tortura cuando los tendones no den más,
Amarrados a una rueda, aún así no se romperán;
La fe en sus manos se partirá en dos
Y los males del unicornio los atravesarán;
Hendidos y exhaustos no reventarán;
Y la muerte no tendrá dominio.

Y la muerte no tendrá dominio.
Acaso las gaviotas ya no chillen en sus oídos
Ni rompan retumbantes las olas en las playas;
Donde se abrió una flor acaso una flor no
Alce más su cabeza a los golpes de la lluvia;
Aunque estén locos y ya duros como piedra
Las cabezas de los caracteres martillarán a través de las margaritas;
Domarán el sol hasta que el sol se desmorone
Y la muerte no tendrá dominio. ]

También, para repetir la secuencia de los sueños de aquel
soñante, agrego unas notas cálidas y graciosas del talento-
so Julian Maclaren-Ross acerca de Thomas.
"Subimos juntos en el ascensor del número 1 de Golden
Square sin decir una sola palabra; ninguno sabía quién era
el otro. Dylan llevaba puesto un sombrero verde de ala an-
gosta que le llegaba casi hasta la altura de los ojos, ligera-
mente saltones, como esas bolitas que usábamos en Francia
cuando yo era niño pero de un marrón más oscuro. La boca
carnosa se asentaba casi al final de su rostro redondo y re-
gordete, una colilla de cigarrillo colgándole del labio infe-
rior. Su nariz era protuberante y brillosa. Tiempo después él
me contó que, todas las mañanas, solía frotársela con el puño
delante del espejo hasta que brillara a su gusto, como un ama
de casa puliría un picaporte o yo la empuñadura de plata del
bastón de Malaca que usaba en esa época."
[De "Noches en Fitzrovia", publicado por La Bestia Equilá-
tera]



Y, ¿por qué no?, hay algo que dice Isaac Lenau, en
Marginalia, que me dejó una sombra de sensación:
"El duelo", dice Lenau, "es el ritual por el cual la men-
te intenta revivir a los muertos, pero sólo consigue e-
vocar su recuerdo."

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