sábado, 4 de febrero de 2012

CINCO POEMAS DE WALLACE STEVENS



MENOS Y MENOS HUMANO, AH ESPÍRITU SALVAJE

Si debe haber un dios en la casa, debe haberlo,
Diciendo cosas en la habitación y sobre la escalera,

Déjalo moverse como la luz del sol se mueve sobre el suelo,
O la luz de la luna, silenciosamente, como el fantasma de
                                                                                      Platón


O el esqueleto de Aristóteles. Déjalo colgar
Sus estrellas en la pared. Debe morar tranquilamente.

Debe ser incapaz de hablar, cerrado,
Como ellos: como la luz, por todo su movimiento, lo está,

Como el color aún el más próximo a nosotros, lo está;
Como las formas, aunque auguren, lo están.

Es el humano el forastero,
El humano que no tiene primos en la luna.

Es el humano que demanda su habla
De las bestias o de la incomunicable masa.

Si debe haber un dios en la casa, déjalo que sea uno
Que no nos oirá cuando hablamos: algo frío

Una nada bermellonada, cualquier estaca de la masa
De la cual somos demasiado distantemente una parte.


RE-AFIRMACION DEL ROMANCE

La noche nada sabe de los cantos de la noche.
Es lo que es como yo soy lo que soy:
Y al percibir esto es cuando mejor me percibo a mí mismo

Y a tí. Sólo nosotros dos intercambiamos
Cada uno en el otro lo que cada uno tiene para dar.
Sólo nosotros dos somos uno, no tú y la noche,

Ni la noche y yo, sino tú y yo, solos,
Tanto solos, tan profundamente nosotros mismos,
Tan más allá de las casuales soledades,

Que la noche es sólo el trasfondo de nuestros seres,
Supremamente ciertos cada uno al otro ser,
En la pálida luz que cada uno sobre el otro arroja.




Cuando la oreja-de-elefante del jardín
Se marchitó con la helada,
Y las hojas de los senderos
Corrieron como ratas,
Tu lámpara-de-luz cayó
Sobre brillantes almohadas,
De pantallas-de mares y pantallas-de-cielos,
Como paraguas en Java.




EL COMIENZO

De modo que el verano viene al fin a estas pocas manchas
Y a la herrumbre y putrefacción en la puerta
A través de la cual ella ha partido.

La casa está vacía. Pero aquí es donde ella se sentaba
Para peinar su húmedo cabello, una luz intocable,

Perpleja ante sus oscuras iridiscencias.
Este fue el cristal en el cual ella solía mirar

Al ser del momento, sin historia,
El ser del verano perfectamente percibido,

Y sentir su alegría campestre y sonreír
Y ser sorprendida y temblar, mano y labio.

Esta es la silla de la cual recogía
Su vestido, el muy más cuidado, de tejido amplio,

Urdido por una tejedora de doce campanas...
El vestido yace, arrojado, en el suelo.

Ahora, los primeros tutores de la tragedia
Hablan suavemente, para comenzar, en los aleros.


ANÉCDOTA DE HOMBRES POR MILLARES


El alma, dijo, está compuesta
Del mundo exterior.

Hay hombres del Este, dijo,
Que son del Este.
Hay hombres de una provincia
Que son esa provincia.
Hay hombres de un valle
Que son ese valle.

Hay hombres cuyas palabras
Son como el sonido natural
De sus lugares,
Como el cacareo de los tucanes
En el lugar de los tucanes.

¿Hay mandolinas en las montañas occidentales?
¿Hay mandolinas en el claro de luna septentrional?

El vestido de una mujer de Lhasa,
En su lugar,
Es un elemento invisible de ese lugar
Hecho visible.