miércoles, 1 de septiembre de 2010

VERSIONES/ RAYMOND CARVER






EL RESTO

Las nubes cuelgan blandamente sobre esta extensión
                                                             [de la montaña
detrás de mi casa. Dentro de un rato, la luz
se irá y el viento vendrá
a dispersar esas nubes, o algunas otras,
a través del cielo.

Me dejo caer sobre las rodillas,
volteo al gran salmón sobre su costado
en el pasto húmedo, y comienzo a usar
el cuchillo con el que nací. Pronto
estaré ante la mesa de la sala,
tratando de poner de pie a los muertos. La luna
y el agua oscura, mis compañías.
Mis manos están platinadas de escamas.
Los dedos confundiéndose con la sangre oscura.
Por fin, libero la masiva cabeza. 
Entierro lo que precisa ser enterrado
y me quedo con el resto. Le echo una última mirada
a la elevada luz azul. Me vuelvo
hacia la casa. Mi noche.



COMPAÑÍA

Esta mañana me despertó la lluvia
en el vidrio. Y entendí
que ya hace rato
que he elegido lo corrupto cuando
tuve elección. O, sino,
simplemente, lo meramente fácil.
Por encima de lo virtuoso. O lo difícil.
Esta manera de pensar me ocurre
cuando he estado solo durante días.
Como ahora. Horas pasadas
en mi propia estúpida compañía.
Horas y horas
semejantes a un pequeño cuarto.
Con sólo una faja de alfombra sobre la que caminar.



ATARDECER

Pescaba solo ese lánguido atardecer de otoño.
Pescaba mientras seguía llegando la oscuridad.
Vivenciando una pérdida extraordinaria y luego
extraordinaria alegría cuando traje un salmón plateado
hasta el bote, y hundí una red debajo del pez.
¡Corazón secreto! Cuando miré hacia el agua moviente
y hacia arriba al oscuro contorno de las montañas
más allá del pueblo, nada me indicó entonces
que sufriría esta nostalgia
de regresar una vez más, antes de morir.
Lejos de todo, y lejos de mí mismo.



DONDE HABÍAN VIVIDO

Dondequiera que fue ese día caminó 
en su propio pasado. Pateó a través de pilas
de recuerdos. Miró a través de ventanas
que ya no le pertenecían.
Trabajo y pobreza y cambio chico.
En aquellos días habían vivido por sus voluntades,
determinados a ser invencibles.
Nada podía detenerlos. No
por un rato muy largo.

En el cuarto de motel
esa noche, en las horas tempranas de la mañana,
él abrió una cortina. Vio nubes
amontonadas contra la luna. Se inclinó
acercándose al vidrio. El aire frío pasó
a través y puso su mano sobre su corazón.
Yo te amaba, pensó.
Te amaba bien.
Antes de dejar de amarte.

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